lunes, septiembre 04, 2006

Conociendo a nuestros antepasados: JUAN DE LASCORZ DE OLSON

JUAN DE LASCORZ DE OLSON: EL HIJO QUE NO SE FIABA NI DE SU PADRE

Hoy, como habitualmente hacemos en estas páginas, queremos hablar de nuestros antepasados, pero también deseamos hacerlo de las cosas de la vida cotidiana de la época en la que ellos vivieron, algunas de las cuales ya no se usan mientras que otras siguen bien vigentes. Vamos a meternos en una casa para ver qué es lo que encontramos, para conocer un poco el decorado y la atmósfera de aquellos hogares.

Si esta visita es posible, es gracias a uno de los numerosos inventarios que se pueden encontrar en los protocolos notariales. Porque nuestros paisanos, tan apegados al Derecho y la Justicia y, por qué no, a sus bienes, no tenían ningún pudor en llamar al notario y pedir que inventariara los bienes de la familia cuando creían que sus intereses estaban amenazados. Los requerían cuando pensaban, por ejemplo, que el padre o la madre que gozaban de un usufructo malgastaban lo que no era suyo, o si uno de los cónyuges creía que el otro no cuidaba bien del patrimonio familiar, etc.

El caso del que hoy nos ocuparemos se refiere a la familia Lascorz de Olsón (Huesca). Sabemos que este apellido también se encuentra en La Buerda, y existen muchas probabilidades de que estuvieran emparentados entre sí.

La historia es la siguiente:

Corría el año 1593 y Joan Lascorz, de Olsón, pidió al Lugarteniente de Justicia de la Baronía de Monclús, en presencia de algunos testigos y del notario Francisco Sánchez que dió fe de dicho acto, que realizara un Inventario de los bienes de su padre porque creía que su progenitor estaba gastando lo que él tenía derecho a heredar, como único descendiente suyo que era.
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Aceptada la requisición, se presentaron el Lugarteniente y el notario en casa del padre de Juan y le advirtieron que iban a proceder a inventariar todos los bienes, a petición de su hijo. Así lo hicieron, y gracias a eso podemos entrar ahora en la casa (y cuadra) de una familia altoaragonesa de aquella época.

Con la frase: “Et primo dixo el dicho Joan Lascorz, padre del dicho agente” empieza la enumeración de los bienes y, en primer lugar, aparece el recuento de los animales, que eran: “Dos mulos, el uno de pelo grixo de tiempo de doze años poco más o menos, otro de pelo negro, de quatro años poco más o menos. Dos bueyes de pelo bermejo, los dos de cada quatro años a cinco años. Una semera con un pollino fuera de señal”. Más adelante se hace referencia a “un puerco” que tenía en un compartimento cerca de la cocina.

Continúa la enumeración: "Vino tinto diez o doze metros. Trigo tres cahizes. Cebada carrón quatro cahizes. Harina un cahíz”.

Declara el padre contar también con tres censales, por los que cobra un total de 240 sueldos de pensión anual, más: “Dos quintales de azeite. Obejas ocho. Corderos siete. Cabras y segallas nuebe. Cabritos tres. Carneros y borregos doze”. Todo lo arriba inventariado, dice el dicho Joan de Lascorz, lo tenía y tiene de sus bienes propios.

Continúa: “En la entrada de la casa: tres ballestas. Una carraça de cányamo, habrá veyte libras poco más o menos. Otra carraça de borrons, habrá diez libras. Una espada. Dos queros de tener azeite. Una caxa de nogal. Otra caxa farinera. Dos bancos de quatro pies. Un crebillo. Tres axadas. Un esgramenador. Un caldero de un quantaro. Quatro ruellos de labrar. Dos albardas,, una nueba, otra trayda. Un pico de fierro martillo. Una vara de fierro. Dos pillas de tener azeite, la una quebrada. Una trasca de labrar.

En la masadería: Una caxa llana. Dos baçias de massar. Un tablero de massar. Quatro cedaços. Una barraça. Un hazo de caxigo con dos quartales de sal
”.

En un cuarto al lado de la masadería: “Una arroba de cáyamo, solamente granado. Unos ... tizados de color. Seis quebanos. Un canastón. Tres dozenas de bimbres. Unos manteles. Una sábana. Una roba de lana blanca y negra”.

En la cocina: “Tres cadiras juntadas al fuego. Una mesa. Una olla de cobre de diez o doze libras. Una arca. Dos candilles. Dos loças o cucharas. Dos sartenes. Tres canyados. Tres hozes de podar.

En otra instancia: una ballesta. Dos enxundias. Dos perniles de toçino. Dos espaldones de toçino. Medio toçino entero. Siete braços de longaniza. Dos quartos çargueros de sal presa. Tres borraços. Un quadrado. Un sobrepallas. Un arca con pies, hay dentro menuderías, son de una moça que ahora si a casado. Una espada. Otra litera de lana traída.

En otra instançia: Una cama con dos sábanas de lienço. Dos mantas de lana buenas. Un quadrado, todo esto nuebo. Dos barracas y una litera de lana traydas. Otro quadrado. Un sobrepallas. Otra sábana.

En el descubierto de cabo de la entrada: un caldero de cobre viejo de cántaro y medio. Dos calderetes cada uno de dos cántaros de tenida. Un astral
”.
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Después de este recorrido por la casa de Joan Lascorz, llegamos a la conclusión de que la vivienda era pequeña. Hemos contado dos habitaciones, más la cocina y cuarto para amasar, lo que permite pensar que en sus mejores tiempos debía acoger máximo a cuatro personas. Otra cosa que puede deducirse después de haber leído el inventario es que el propietario estaba bien armado. Hemos encontrado en la entrada tres ballestas y una espada y en una de las habitaciones también había otra ballesta y una espada.
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Es de destacar, no obstante, que de lo que mejor provista estaba la casa era de alimentos y que los utensilios más numeroso que había en ella eran los relacionados con la comida. Aunque hemos visto que había algunas armas, en ningún momento se hace referencia a algún objeto de aseo, de devoción, de lujo ni de vestimenta. Por contra, Juan Lascorz disponía de una cocina bien equipada, con su horno para hacer pan, su reserva de abundante vino, aceite, una buena despensa y un corral concurrido.

Desde luego, el dueño de la casa no vivía con estrecheces. Todo lo contrario, se nota que era un hombre que no se privaba de una buena mesa y que, además del provecho económico que podía sacar de los animales (bueyes, mulos, etc.), le permitía un cierto desahogo económico la renta que le proporcionaban los censales. El que vivía mal era el hijo, por pensar que a él ya no le tocaría nada de todo lo que estaba disfrutando su padre. Pobre hijo, que no se daba cuenta que sus intranquilidades no las curaría ningún inventario, y que lo único que conseguía con ello era poner en evidencia su avaricia.
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-------------------------------------María José Fuster
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[Artículo publicado en el n° 104 (2006) de la Revista "El Gurrion"]

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